Dr. Edward Bach (1886 – 1936)
Creador de las Flores de Bach
Disertación efectuada en Southport por el Dr. Edward Bach, febrero de 1931
“Venir esta tarde a dar esta disertación no ha sido para mí nada fácil.
Ustedes son miembros de una sociedad médica, y yo he venido como médico. Sin
embargo la medicina de la que quiero hablar está tan lejos del parecer ortodoxo
de hoy, que hace que haya poco en esta
hoja de papel que tenga que ver con el olor del consultorio privado o el
hospital, tales como los conocemos en el presente. (…)
Permítame echar una breve ojeada al hospital del
futuro.
Será un oasis de paz, de esperanza y de alegría. No
habrá lugar para las prisas y el ruido. No existirá ninguno de esos terribles
aparatos y máquinas que hoy en día se utilizan. No se olerá a productos
desinfectantes ni a anestesias. No aparecerá nada que recuerde a la enfermedad
y al padecimiento. Los pacientes no serán continuamente molestados para
tomarles la temperatura. No existirán reconocimientos diarios con estetoscopios
y otros aparatos de exploración para grabar en el ánimo del paciente la naturaleza
de su enfermedad. No habrá lugar para esas continuas tomas de tensión para
transmitir al paciente la sensación de que su corazón palpita demasiado rápido.
No aparecerá ninguna de estas cosas, porque todo ello dificulta la atmósfera de
paz y tranquilidad que tan necesaria es al paciente para facilitar su pronta
recuperación. Tampoco habrá ya necesidad de laboratorios, porque el análisis
microscópico de los detalles, no tendrá ninguna importancia cuando se haya
comprendido que es el paciente el que debe ser tratado y no la enfermedad.
El objetivo de todas esas instituciones será el
producir una atmósfera de paz, de esperanza, de alegría y de confianza. Todo lo
que se haga será para que el paciente sea estimulado a olvidar su enfermedad y
a que aspire a su recuperación, corrigiendo al mismo tiempo cada uno de los
fallos existentes en su naturaleza, y para que entienda la lección que debe de
aprender.
Todo será maravilloso y hermoso en el hospital del
futuro, de tal forma que el paciente busque la manera de salir de ese lugar no
sólo para liberarse de su enfermedad, sino también para desarrollar el deseo de
llevar una vida en la que exista una mayor armonía con las órdenes de su alma
de lo que ha existido hasta ahora.
El hospital se convertirá en la madre de los enfermos.
El hospital los tomará en sus brazos, los tranquilizará y consolará,
proporcionándoles al mismo tiempo esperanza, confianza y valor para superar sus
dificultades.
El médico del mañana reconocerá que él, por sí mismo,
no posee ningún poder para sanar al otro, sino que le fueron dados los
conocimientos de cómo guiar a sus pacientes y lograr que la fuerza curativa sea
canalizada a través de él para, de esta manera, liberar a los enfermos de sus
padecimientos. Todo esto lo recibe el médico cuando dedica su vida al servicio
de sus semejantes, al estudio de la naturaleza humana, de tal forma que pueda
comprender parcialmente el sentido de esta naturaleza, y tiene un deseo de todo
corazón de liberar a los hombres de sus padecimientos y de dar todo por ayudar
a los enfermos. Entonces, su poder y capacidad de ayudar crecerá de forma
directamente proporcional según la intensidad de su deseo y de su
disponibilidad a servir. El médico comprenderá que la salud, al igual que la
vida, depende única y exclusivamente de Dios, y sólo de él. Comprenderá también
que los remedios que emplea sólo son remedios dentro del plan divino que
contribuyen a conducir al afectado de nuevo hacia el camino de la ley divina.
El médico del mañana no tendrá interés en la patología
o en la anatomía patológica, ya que él investiga la salud. Para él no juega
ningún papel el hecho de que, por ejemplo, la disnea sea producida o no por el
bacilo de la tuberculosis, por el estreptococo o por cualquier otro
microorganismo. Pero, por el contrario, será marcadamente importante para él el
saber por qué el paciente al respirar tiene que padecer semejantes
dificultades. Es insignificante el saber que parte del corazón es la que está
dañada y, por contra, es tremendamente importante descubrir de qué manera el
paciente ha desarrollado de manera equivocada su amor.
Los rayos X ya no serán
utilizados para examinar una articulación artrítica, sino que más bien se
investigará la personalidad de paciente para descubrir dónde se encuentra el
agarrotamiento en su alma.
Los diagnósticos de las enfermedades ya no serán
dependientes de los síntomas y muestras corporales, sino de la capacidad del
paciente de corregir sus errores y de poder volver a estar en armonía con su
vida espiritual.
La formación del médico, englobará un profundo estudio
de la naturaleza humana que conducirá a una gran percepción de lo puro y
perfecto, a la comprensión del estado divino del ser humano, así como al
conocimiento de cómo se puede ayudar a aquellos que padecen, de manera que su relación
con su yo espiritual vuelva a ser armónica y en su personalidad se restablezca
de nuevo la salud y la concordia.
El médico del futuro estará en condiciones de poder
averiguar el conflicto existente en la vida del paciente que ha ocasionado la
enfermedad o desarmonía entre el cuerpo y el alma. Esto le permitirá darle al
paciente el consejo que para él es el adecuado y tratarlo.
El médico también tendrá que estudiar la naturaleza y
sus leyes, estará familiarizado con las fuerzas curativas de la naturaleza de
tal forma que pueda utilizar estos conocimientos para el beneficio del
paciente.
El tratamiento del mañana despertará, en esencia,
cuatro cualidades en el paciente:
• Paz
• Esperanza
• Alegría
• Confianza
Todo el ambiente que le rodee, así como la atención,
así como la atención que se le preste al paciente, estarán al servicio de ese
objetivo. Al englobar al paciente en una atmósfera de salud y de luz, se
apoyará su recuperación. Al mismo tiempo, los errores del paciente han sido
diagnosticados, se ha conseguido que él los vea claros y ahora obtiene apoyo y
ánimo para poder superarlos.
La manera de actuar de estos remedios consiste en
elevar nuestras vibraciones y en abrir nuestros canales para que nuestro yo
espiritual pueda sentir, en invadir nuestra naturaleza con la virtudes que
necesitamos y en subsanar los errores que en nosotros ocasionan daños. Estos
remedios son capaces, al igual que una música maravillosa o que todas esas
magníficas cosas que nos inspiran, de elevar nuestra naturaleza y de acercarnos
a nuestra alma, y, precisamente a través de esta forma de actuar, nos traen
consigo paz y nos liberan de nuestros padecimientos.
No sanan atacando la enfermedad, sino invadiendo
nuestro cuerpo con las maravillosas corrientes de nuestra naturaleza ya más
elevada, en cuya presencia cada enfermedad se funde como la nieve bajo los
rayos del sol.
Finalmente, estos remedios cambian la actitud del
paciente frente a la salud y la enfermedad.
Se debe acabar para siempre con el pensamiento de que
se puede comprar el alivio de una enfermedad con oro o plata. La salud tiene,
como la vida, un origen divino, y sólo puede ser alcanzada a través del empleo
de medios divinos. Dinero, lujo o viajes pueden hacer que, de puertas para
afuera, parezca que podemos comprar una mejora de nuestro estado corporal, pero
todas estas cosas nunca nos podrán proporcionar la verdadera salud.
El paciente del mañana entenderá que él, y solamente
él, podrá liberarse de su padecimiento, aunque pueda recibir consejo y ayuda
por parte de otras personas cualificadas que le apoyan en su esfuerzo. La
salud, por tanto, existe cuando podemos hablar de armonía entre el alma, el
espíritu y el cuerpo. Esta armonía es condición indispensable antes de que se
pueda producir la curación.
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